jueves, 14 de junio de 2012

Secuencias retóricas del Guzmán de Alfarache

El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, es una novela picaresca que difiere mucho de la novela inauguradora del género, el Lazarillo de Tormes. Mientras que esta se basa en lo puramente anecdótico y narrativo (aunque con intención moralizadora), el Guzmán incluye muchísimas digresiones y disertaciones filosóficas. Es decir, una, el Lazarillo, lo da a entender, deja el contenido moral como un trabajo para el lector; y la otra, el Guzmán, lo cuenta todo explícitamente, ocupando más parte estos sermones que la narración, y no se contenta con ello, sino que ilustra sus ideas con cuentecillos (hay unos ciento cincuenta a lo largo de toda la obra) y algunas novelas cortas intercaladas que no tienen nada que ver con la vida de Guzmán, del pícaro protagonista. 

Así, el Guzmán de Alfarache se nutre de tres secuencias distintas: la narración, las sentencias y los ejemplos. 

La primera cuenta la vida de Guzmán, sus aventuras y desventuras, y para esta parte el autor pudo haberse inspirado en el Lazarillo, aunque hay varias diferencias entre los dos personajes: Mientras que Lázaro es un niño inocente al que la sociedad ha corrompido, por decirlo de alguna manera, que no deja de llevarse palos cuando él lo único que busca es algo que comer, Guzmán es pícaro por su propia voluntad, roba, se entrega a una vida de vicios como el juego y la bebida, y no siempre depende de un amo, la mayoría del tiempo va a su bola (solo tiene tres amos a lo largo de la primera parte: un ventero, un cocinero y un capitán) y estos no le tratan siempre mal, a diferencia del pobre Lázaro.  

Su vida pasada de pícaro ladrón hace que esté muy arrepentido en el momento en el que escribe su autobiografía. Esto es lo que se llama el caso: Guzmán adquiere dos posturas, la de narrador y la de personaje, el Guzmán del presente explica en calidad de narrador las vivencias del Guzmán del pasado, y lo hace con una finalidad, que es la de mostrar su arrepentimiento por lo que hizo y enseñar a los lectores que no se debe tener una vida tan rastrera como la suya (a diferencia del Lazarillo, que cuenta su vida para explicar por qué ahora es una persona tan inmoral que no le importan sus cuernos). Esto es la esencia del libro, el contenido filosófico-moral, y se materializa en las sentencias, un montón de digresiones que interrumpen lo anecdótico en las que el narrador, es decir, el Guzmán que escribe y no el que actúa, da su opinión -de una manera casi dogmática- sobre una infinidad de temas: la honra, el honor, la pobreza, la caridad, la verdad, la justicia, la amistad, la vejez, el amor, etc. 

Los ejemplos sirven para ilustrar -ejemplificar, obviamente- las sentencias y las ideas que expone en ellas. Hay muchísimos, como ya he dicho, algunos que los narra en tres o cuatro líneas (como aquel de un señor que manda a dos pintores que dibujen un caballo: el primero se limita al caballo, el segundo hace un caballo un poco peor pero lo adorna con un paisaje detrás, y el señor se decanta por el primero, pues él lo que les había pedido era que dibujaran un caballo, nada más) y otros ocupan un poco más, por ejemplo, el de el Dios Contento y el Dios Descontento (Júpiter, al crear la Tierra, puso al Dios Contento para que trajera felicidad a los hombres y éstos empezaron a adorarle, hasta tal punto que se olvidaron de Júpiter. Así que éste se reúne con otros dioses y, gracias a una idea de Apolo, deciden cambiar al Dios Contento por el Dios Descontento sin que los hombres se enteren, y ellos siguen adorando a su dios sin saber que ya no es el Contento, sino el Descontento). 

Narración, sentencias y ejemplos se intercalan en el Guzmán de Alfarache sin un orden lógico. Las sentencias interrumpen la narración, los ejemplos interrumpen las sentencias, a veces también los ejemplos interrumpen la narración. Hay capítulos que son puramente narrativos, como el que se viste de galán y va a la iglesia y liga con una dama; y otros que son enteros ocupados por un sermón. Pero en la mayoría de los capítulos alternan las tres secuencias, yéndose por las ramas, empezando a contar una historia e interrumpiéndose a sí mismo con otro tema que tiene algo que ver pero que le acaba haciendo hablar de otra cosa, y por ello se disculpa directamente al lector (como si estuviera manteniendo un diálogo con él), pues es consciente de que puede haberse perdido. A veces vuelve directamente de la sentencia a la narración con un "en conclusión, volviendo a lo que estábamos", como si toda su disertación anterior no hubiera existido. Hay un capítulo en el que enuncia el sermón de forma distinta: no es el Guzmán narrador el que, desde su sabiduría y experiencia, expone sus ideas, sino que es un discurso que se introduce en forma del pensaminto del Guzmán personaje, el jóvel pícaro. 

En conclusión, la parte narrativa del Guzmán de Alfarache sirve simplemente como excusa para exponer, a partir de ella, un montón de ideas filosóficas y sentencias morales, y es utilizada como ejemplo de lo que no hay que hacer. Por eso el Guzmán es tan diferente del Lazarillo (y muchísimo más largo), porque la narración es algo secundario, en realidad, la esencia del libro es el tratado filosófico que realiza el autor, Mateo Alemán, al lector, disfrazado de novela picaresca.

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